domingo, 13 de noviembre de 2011

"Los asesinos del emperador" de Santiago Posteguillo


Acabo de terminar las casi 1200 páginas de “Los asesinos del emperador”.
Santiago Posteguillo, que nos sorprendió positivamente en los últimos años con su trilogía sobre Escipión, escoge ahora a Trajano como protagonista de su nueva novela, que tiene toda la apariencia de ser el inicio de una nueva saga. 

Los asesinos del emperador tiene los ingredientes necesarios para convertirse en un nuevo éxito de lectores: acción abundante, descripciones adecuadas, ambientación documentada, toques románticos oportunos... Pasan por la novela emperadores,  tribunos, pretorianos, gladiadores (hasta una gladiatrix), legionarios, germanos, dacios... y algún escritor (Plinio el Viejo y el Joven, y Estacio). Por supuesto, el eje de la narración lo sustenta la familia Ulpia (Trajano padre e hijo). 

El desarrollo de la novela sigue un esquema similar al de sus anteriores obras (si éstas han sido un éxito, para qué cambiar...): la amistad entre algunos protagonistas vuelve a jugar un papel importante, así como alguna historia de amor poco probable, las intrigas, traiciones y venganzas; incluso vuelve a situar el autor a un literato en relación con la trama: si anteriormente había sido Plauto, ahora se trata de Estacio. 

La novela recoge un amplio período del siglo I dC. (desde el final del imperio de Nerón hasta el comienzo del de Trajano), dedicando especial atención a la época del depravado Domiciano. El final de la voluminosa novela describe el ascenso de Trajano al poder, dejando así abierta la puerta a posteriores historias. 

Pero, sin que ello sea un demérito para el autor, Trajano –y la familia Ulpia- no es Escipión -y su familia-: ni en amplitud, ni en matices ni en significado. Incluso Estacio no es Plauto. Quizá por eso Los asesinos del emperador se queda en un segundo término al compararla con sus hermanas  mayores. Al menos, eso me parece. Sin embargo, se lee con gusto, cuesta dejarla y dosifica la acción de manera inteligente, además de contribuir notoriamente al conocimiento de muchas instituciones y costumbres romanas.

Al final, un apéndice aclara lo que hay de histórico y de ficticio, además de establecer los árboles genealógicos de las familias Flavia y Ulpia, de incluir mapas de batallas (vuelven a estar muy bien descritas por el autor), unos dibujos comentados de los tipos más frecuentes de gladiadores, y un léxico ciertamente completo.



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