viernes, 24 de febrero de 2012

¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN O… MALA EDUCACIÓN?



 
Los programas de televisión que utilizan el griterío, el vociferio, el insulto constante, el tono peyorativo, de unos para con otros… tienen una audiencia millonaria. Se basan básicamente en un/a invitado/a estrella que habla de sí mismo y sus circunstancias, por más íntimas e inconfesables que sean las mismas. Mezcla, por lo tanto, de morbo y grosería, sin más.
¿Qué puede atraer a tantos espectadores? Incluidos ésos que proclaman que jamás han visto este tipo de programas. Es algo que debería hacernos pensar: si el voyerismo en la esencia humana es inevitable, más allá de clase y condición social, cultural y económica o que el espectador es simple animal de hábitos televisivos: ve lo que le ofrecen.
El consumo televisivo en España es de los más altos de toda la OCDE. En contrapartida, el país europeo donde menos se lee. Circunstancias que se transmiten a las nuevas generaciones de niños y adolescentes: no hablan, gritan. No son capaces de razonar o exteriorizar una idea, un concepto, dado su muy limitado nivel de vocabulario. Y si las circunstancias les son adversas, descalifican verbalmente, de la forma más peyorativa que se les pasa por la cabeza a su interlocutor. Sea otro niño o adolescente, sus propios padres y por supuesto sus profesores. Es como un círculo vicioso, dando vueltas constantemente.
 En cuanto a nuestros políticos, por desgracia estamos habituados/as a que lejos, muy lejos de ejercicios de brillante retórica, sus “discursos” tengan un solo objetivo: ridiculizar al otro partido, de nuevo haciendo gala de una pobreza absoluta de argumentos y vocabulario. No, la clase política no es ningún buen ejemplo para el ciudadano. Aún menos para el niño o adolescente.
En una sociedad donde la violencia está socializada, de nuevo, como en tantas ocasiones, sólo queda una vía para el desarrollo de unos hábitos ciudadanos en personas en plena formación. Para que interioricen lo que es la ética y el civismo, para que comprendan que los derechos constitucionales están acompañados de sus correspondientes deberes. Esa vía no es otra que la escuela y muy fundamentalmente el hogar, en el seno de su familia. El resto de la sociedad no está a la altura. Películas de gran éxito comercial donde durante hora y media lo único que asistimos es a un desmembramiento de cuerpos humanos. Películas donde los personajes no dejan de disparar y utilizar expresiones groseras. No hablemos de la publicidad, es más de lo mismo. Debemos exigir un código deontológico a la clase política pero también a la propia sociedad, comenzando por nosotros mismos, con un mensaje: debemos situarnos en el lugar del otro, comprender sus circunstancias, sus ideas, sus inquietudes.
 Pero para ello necesitamos un marco de concordia en el que aprendamos los unos de los otros. Pura esencia democrática. Ese marco de concordia requiere: apagar la televisión, leer, hablar y escucharnos. Y recuperar una conciencia cívica y social que hemos ido perdiendo a pasos de gigantes. Una vez, estando en un comercio, un grupo de niños y jóvenes comenzaron a insultarse recíprocamente. El vocabulario que utilizaban era terrible e indigno, para con ellos y con los (escasos) adultos que intentaban que cesara la pugna. Un hombre de la tercera edad, se volvió a mí me dijo, resignado: “se ha perdido todo”. No eran necesarias más palabras para definir a una generación, no sólo de niños y adolescentes. Sino también política, social y económica. 

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