Los programas de televisión que
utilizan el griterío, el vociferio, el insulto constante, el tono peyorativo,
de unos para con otros… tienen una audiencia millonaria. Se basan básicamente
en un/a invitado/a estrella que habla de sí mismo y sus circunstancias, por más
íntimas e inconfesables que sean las mismas. Mezcla, por lo tanto, de morbo y
grosería, sin más.
¿Qué puede atraer a tantos
espectadores? Incluidos ésos que proclaman que jamás han visto este tipo de
programas. Es algo que debería hacernos pensar: si el voyerismo en la esencia
humana es inevitable, más allá de clase y condición social, cultural y
económica o que el espectador es simple animal de hábitos televisivos: ve lo
que le ofrecen.
El consumo televisivo en España es
de los más altos de toda la OCDE. En contrapartida, el país europeo donde menos
se lee. Circunstancias que se transmiten a las nuevas generaciones de niños y
adolescentes: no hablan, gritan. No son capaces de razonar o exteriorizar una
idea, un concepto, dado su muy limitado nivel de vocabulario. Y si las
circunstancias les son adversas, descalifican verbalmente, de la forma más
peyorativa que se les pasa por la cabeza a su interlocutor. Sea otro niño o
adolescente, sus propios padres y por supuesto sus profesores. Es como un círculo
vicioso, dando vueltas constantemente.
En cuanto a nuestros políticos, por desgracia
estamos habituados/as a que lejos, muy lejos de ejercicios de brillante
retórica, sus “discursos” tengan un solo objetivo: ridiculizar al otro partido,
de nuevo haciendo gala de una pobreza absoluta de argumentos y vocabulario. No,
la clase política no es ningún buen ejemplo para el ciudadano. Aún menos para
el niño o adolescente.
En una sociedad donde la violencia
está socializada, de nuevo, como en tantas ocasiones, sólo queda una vía para
el desarrollo de unos hábitos ciudadanos en personas en plena formación. Para
que interioricen lo que es la ética y el civismo, para que comprendan que los
derechos constitucionales están acompañados de sus correspondientes deberes.
Esa vía no es otra que la escuela y muy fundamentalmente el hogar, en el seno
de su familia. El resto de la sociedad no está a la altura. Películas de gran
éxito comercial donde durante hora y media lo único que asistimos es a un
desmembramiento de cuerpos humanos. Películas donde los personajes no dejan de
disparar y utilizar expresiones groseras. No hablemos de la publicidad, es más
de lo mismo. Debemos exigir un código deontológico a la clase política pero
también a la propia sociedad, comenzando por nosotros mismos, con un mensaje:
debemos situarnos en el lugar del otro, comprender sus circunstancias, sus
ideas, sus inquietudes.
Pero para ello necesitamos un marco de
concordia en el que aprendamos los unos de los otros. Pura esencia democrática.
Ese marco de concordia requiere: apagar la televisión, leer, hablar y
escucharnos. Y recuperar una conciencia cívica y social que hemos ido perdiendo
a pasos de gigantes. Una vez, estando en un comercio, un grupo de niños y
jóvenes comenzaron a insultarse recíprocamente. El vocabulario que utilizaban
era terrible e indigno, para con ellos y con los (escasos) adultos que
intentaban que cesara la pugna. Un hombre de la tercera edad, se volvió a mí me
dijo, resignado: “se ha perdido todo”. No eran necesarias más palabras para
definir a una generación, no sólo de niños y adolescentes. Sino también
política, social y económica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario