Interesante, amena y muy, muy entretenida la lectura de este libro.
Diego y Patricia, un matrimonio de argentinos expertos en obras de arte y antigüedades, decide dejar su trabajo legal para entrar en el mundo del tráfico de antigüedades. Ellos no roban, no trafican con ellas realmente, únicamente se encargan de certificar piezas robadas o de dudosa procedencia para ponerlas en el mercado y, en ocasiones, de poner en contacto a vendedores y compradores. Blanquean las piezas.
Ganan mucho dinero, viven a cuerpo de rey en Suiza y además son buenos, muy buenos. No están fichados, las autoridades nunca han sospechado de ellos, pero son muy conocidos y reconocidos en el mundillo en que se mueven. Por esto son los candidatos ideales para que alguien les ofrezca un trabajito difícil y arriesgado. O no tanto.
Un millonario francés, con el que habían realizado algún trabajo anteriormente y que está relacionado muy estrechamente con el ala más radical de la iglesia católica, les ofrece robar el Códice Calixtino por la nada despreciable cantidad de 1.000.000 de euros, 500.000 € ahora y 500.000 al finalizar el trabajo. Aparentemente no hay riesgo. Alguien de dentro les va a proporcionar el plan para entrar en la catedral, los planos interiores, la localización de las cámaras de vigilancia y, lo más importante, una llave para abrir la habitación en que se encuentra. Sólo existen 3 llaves de esta puerta y, al parecer, están muy bien custodiadas. Pero esta es una cuarta llave. Sin huellas, sin marcas que delaten su procedencia y desconocida por el mundo entero. Parece fácil.
Cuatro personajes principales en esta historia: Diego y Patricia, los traficantes, Jacques Roman, el millonario, y el peregrino, uno de los trabajadores del archivo de la catedral, dispuesto a todo para salvar a la Iglesia Católica del peligro que se cierne sobre ella. Porque peligro parece que hay y está escondido en el Códice Calixtino, de una manera que a simple vista no se ve, pero el peligro está ahí y en cualquier momento puede hacer temblar los cimientos de la fe católica. Tanto es así que Roman les informa de que el Apocalipsis ya ha llegado, algunos de sus jinetes ya cabalgan entre nosotros y así se van nombrando los capítulos,
Diego es pragmático, se ocupa de este asunto única y exclusivamente por dinero; Patricia, más desconfiada, sospecha que Jacques tiene un motivo oculto que intenta descubrir, pero acepta el “trabajito” por amor a Diego; Jacques pertenece a una orden secreta que intenta radicalizar la fe aún más de lo que está. No va a permitir que nada ni nadie atente contra el poder de la Iglesia descubriendo cosas que no vienen a cuento; y el peregrino parece un poco tonto, es un ser alienado por la Iglesia, que es capaz de creer en sus dogmas hasta el infinito, de manera tan absurda que los árboles no le dejan ver el bosque. Sabe que tiene que hacerse, pero le atormenta ser él quien lo haga. Es el eslabón débil de la cadena, el peón necesario pero insignificante, que en cualquier momento puede ser sacrificado por el bien de la partida.
Tenemos otros dos personajes algo menos trascendentes, pero también importantes: Manuel Gutiérrez y Teresa Villar; el comisario de policía gallego y la especialista en patrimonio que llega de Madrid para ayudar. Entre ellos florecerá una bonita amistad.
Esta novela, que trata de misterios eclesiásticos, esotéricos que especulan sobre la vida de Jesús, su verdadera historia, su genealogía, su origen, sus ancestros y sus descendientes, parece que tenga un tema un poco manido, pero lo cierto es que, al estar basado en un hecho real y bastante reciente, le da un giro original y evita que el/la Sang-Real sea nuevamente el tema principal de la historia. Cierto que está latente en todo el desarrollo de la trama y que es el motivo que argumenta el escritor para justificar el robo del códice, pero el propio robo, el plan para hacerlo, cómo se lleva a cabo, las coartadas de cada uno, como se ocultan las pruebas, etc…, me parecieron más relevantes, más interesantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario