Proliferan los casos de corrupción entre la clase política. Cada día nos
encontramos con un nuevo escándalo. Prevaricación, cohecho, malversación de
fondos públicos, blanqueo de dinero… No se puede seguir así. La corrupción es
el cáncer de la democracia.
El abuso de
poder es consustancial a la dictadura, pero la democracia es precisamente el
ejercicio del poder por el pueblo en beneficio del pueblo. Cuando alguien que
ha sido elegido por los ciudadanos y ciudadanas, hace un uso indebido de la
confianza en él depositada comete dos delitos simultáneamente. Uno contra la
ley y otro contra las personas que le han conferido una responsabilidad. Los
ciudadanos que han elevado a esa persona a la dignidad de un cargo no se
merecen ser pisoteados por ella.
La corrupción
en una democracia es especialmente dañina porque corrompe el sistema. El
desprestigio de la clase política nos perjudica a todos. Porque esos políticos
que delinquen salen de las votaciones democráticas. ¿A quiénes hemos elegido?
¿Cómo no hemos visto la calaña de esos individuos?
Todavía es
peor el caso en que la elección recae sobre delincuentes. Me deja asombrado el
hecho que repitan mandato personas que están imputadas en delitos contra el
interés público. Me deja perplejo el hecho de que obtengan mayorías personas
que están inmersas en procesos de corrupción evidentes.
Alguna vez he
visto a personas que son conducidas esposadas hacia los juzgados o hacia la
cárcel mientras las aclama un gentío como si fueran héroes. Es decir que
aplauden y vitorean a quien les ha mentido y robado. Me pregunto, ¿qué tipo de
educación han tenido esas personas? ¿Para qué les ha valido estudiar e ir a la
escuela? Lo dice de forma muy clara Phillipe Perrenoud en un artículo
irónicamente titulado “La escuela no sirve para nada”: “Se puede tomar a los
ciudadanos por imbéciles y tener todas las posibilidades de ser elegido por
aclamación”.
Uno de los
efectos más nocivos de la corrupción es el pésimo ejemplo que se da a la
ciudadanía. De arriba abajo se produce una invitación a la desvergüenza de
manera que cada uno en su nivel procura aprovecharse impunemente de los demás.
“Todo el que puede, lo hace”, viene a decirse cada uno. El que puede robar
mucho, roba mucho y el que puede robar poco, roba poco. Cada uno todo lo que puede.
Porque se genera un estado de opinión que convierte en estúpido a quien no se
aprovecha de la ocasión.
Otro efecto
pernicioso de la situación es que nunca aparece el dinero que se ha robado. Se
mete al delincuente en la cárcel, pasa en ella varios años y sale para
disfrutar de su dinero. De modo que, al final, sale ganando. Un poco de
vergüenza (como no tienen mucha, les afecta poco) y a disfrutar de la vida.
¿Por qué no permanecen en la cárcel los ladrones hasta que devuelvan el último
céntimo robado?
Me indigna
mucho el cinismo. Algunos de estos mangantes, como se han hecho
extraordinariamente ricos, se rodean de cohortes de abogados que consiguen
hacer de lo negro blanco y de lo blanco negro. Así, una persona que de la nada
se ha vuelto multimillonaria por arte de birlibirloque se enzarza en pleitos
infinitos que acaban por declararla inocente. Otros, por el robo de unas
gallinas se pasan años en la cárcel.
Hay que poner
coto a este desmadre, hay que cerrar esta escuela de delincuencia, hay que
regenerar la vida política. Y eso depende de todos y de cada uno.
La primera
página de los periódicos cuenta cada día un nuevo escándalo. “Dale la vuelta al
periódico, que viene el niño”, le dice el papá a la mamá que está leyendo el
periódico. ¿Qué es lo que aprenden los niños y los jóvenes en la escuela de la
vida? ¿Qué es lo que les enseñan estos profesores del delito?
Los ciudadanos
y ciudadanas tienen la sospecha de que si se hurgase en todos los Ayuntamientos
encontraríamos un buen número de delincuentes. Esa sensación destruye una
democracia. Hay muchos escándalos y una terrible sospecha de que si se
investigase con atención y extensión habría muchos más,
Se ha
producido una perversión de la democracia: en lugar de estar los de arriba al
servicio de los de abajo, resulta que los de abajo están al servicio de los de
arriba. Salvo un solo día: el de las elecciones. Y, por ende, durante la
campaña electoral. De verdad que resulta irritante tanto halago en época de
elecciones: ¿Para qué quiere usted que le vote? ¿Es que quiere usted robarme?
No me gusta
tampoco que la única pretensión de cada partido sea la de mostrar que es mejor
que ningún otro. La exigencia es que todos sean ejemplares. Si cada uno echa
toda la mierda que puede sobre el adversario, los votantes llegaremos a la
conclusión de que todos están manchados. Por eso la exigencia de los partidos
debe ser sobre todo interna y no sólo externa.
Sé que ni
todos los políticos son malos ni todos son iguales. Pero ha llegado el momento
de decir basta a esta cadena de corrupción y de escándalos, porque no hay peor
corrupción que la de los mejores.
1 comentario:
Mientras no haya listas abiertas en que podamos tirar a los corruptos no existe la democracia.
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