Me cuenta una amiga, con una larga y rica experiencia en cuestiones judiciales, que asistiendo un día a un juicio en un juzgado de primera instancia oye cómo el juez le pregunta a un joven delincuente sobre sus reiteradas fechorías relacionadas con el quebrantamiento de la propiedad ajena. El chico le contesta al juez con desparpajo tratándole insistentemente de tú.
- Porque tú ya sabes que… Como ya te dije antes… Lo que tienes que comprender…
Llegado un momento, el juez, sorprendido y un tanto molesto por esa inhabitual familiaridad que él no había propiciado, le dice al joven:
- Por favor, hábleme de usted.
Su señoría y todos los presentes se quedaron atónitos al escuchar la displicente contestación del acusado:
- ¿Y qué te voy a contar yo de mi vida?
La anécdota me parece tan significativa como oportuna. Llega un momento en que, a fuerza de despreciar las muestras de respeto, acaban por desaparecer. El joven de esta verídica historia ni siquiera entiende la solicitud que le hace el juez. Muy al contrario, acostumbrado a pensar sólo en sí mismo, entiende que su señoría está interesado en conocer los pormenores de su acreditada carrera.
Creo que se están perdiendo muchas muestras de respeto (ya sé que no constituyen el respeto en sí, ya sé que a veces se sustentan en la hipocresía) pero que lo sostienen, lo valoran y lo desarrollan.
Voy a referirme a un elemento que influye en el desarrollo de la ordinariez, de la falta cuidado, de la forma irrespetuosa de dirigirse y de tratar a los otros. Me refiero a esos chabacanos programas de televisión en los que parece que pretenden hacer un catálogo de faltas de respeto. Mencionaré algunas:
La forma soez de expresarse. En los diálogos, en los debates, en las intervenciones se habla de manera desvergonzada, de manera chabacana.
La utilización de insultos para descalificar el comportamiento o las palabras de los demás. Quien emplea insultos de mayor bulto parece tener más razón. Da vergüenza ajena ser testigo de ese desparpajo en agredir, en descalificar, en insultar.
Los gritos como forma habitual de diálogo. Aquí se produce también una competición irracional: quien más grita es quien acaba llevándose el gato al agua, quien parece tener la verdad.
Los gestos procaces. No hace falta esperar mucho para ver un corte de mangas, una pedorreta, una expresión mímica grosera. No sólo lo que se dice sino las formas de expresarlo suelen ser poco elegantes.
Los atropellos del turno de intervención. Es habitual escuchar cómo dos, o tres, o cinco hablan a la vez, sin esperar el turno, sin que se les haya dado la palabra. A los moderadores o moderadoras les cuesta mantener el orden, imponer un turno de intervenciones, conceder el derecho a réplica…Los contertulios tienen encendidos sus móviles y reciben llamadas y mensajes que muestra como trofeos a los demás y a toda la audiencia. Mientras lo hacen, ¿pueden escuchar a quien está hablando?
La exhibición de comportamientos salaces como una forma de modernidad, de autenticidad, de espontaneidad y de saber hacer. Mientras más explícito y más procaz sea lo que se cuenta o hace, mejor.
El cotilleo sobre la vida de los otros bajo excusas de lo más pintoresco: estamos trabajando (también los asesinos o los terroristas están trabajando cuando matan), una vez vendieron su vida privada y por eso han renunciado a ella (es como si por haber vendido un sofá se deduce la obligación de vender la casa), es que ese tipo de noticias interesa a la gente (y si a la gente le interesasen las torturas, ¿habría que torturar?)…
La invasión de la vida privada: exhibición de fotos íntimas, relato de experiencias familiares, desvelamiento de infidelidades… Vale todo con tal de ganar audiencia, de mantener el circo, de alargar la espiral de la ordinariez. O con tal de ganar un poco o un mucho de dinero: criadas o criados que cuentan la vida íntima de sus empleadores, novios y novias que cuentan con detalle las relaciones íntimas, esposos que describen con pelos y señales las infidelidades…
El enfrentamiento entre familiares y amigos: padres e hijos, esposos y esposas, hermanos y hermanas, amigos y amigas… Valen traiciones, lucha por la herencia, conflictos de adolescentes…
Burlas sobre la identidad sexual, sobre la relación íntima con otras personas, sobre los comportamientos profesionales… Todo vale. Nadie pone un límite a las provocaciones y a los escándalos porque unas cadenas compiten con otras. Y hay que llevarse la audiencia.
Resulta tramposo y repugnante ese círculo maldito que justifica esa exhibición de ordinariez diciendo que es lo que desea la audiencia. Mentira. La audiencia también desea que los responsables repartan gratuitamente mil euros a cada espectador. ¿Se lo dan? ¿No les importa mucho la audiencia? ¿No pretenden tenerla contenta? Sí, pero con tal de que esa satisfacción llene sus bolsillos. Lo tremendo es que algunos de esos programas son premiados luego por su originalidad, por su capacidad de innovación, por su éxito en el número de espectadores. Es como si premiase a un gángster por la originalidad con la que ha despachado a su víctima.
Dicen algunos de estos señores y señoras que su deber no es educar. ¿Cómo que no? Su deber es poner un granito de arena para hacer una sociedad mejor, una sociedad en la que todos y todas podamos vivir dignamente. Y, desde luego, su deber, es no ofrecer un ejemplo constante de ordinariez, de zafiedad y de estupidez. Si disponen de un ratito y en sus cabezas queda un rinconcito para pensar en lo que están haciendo lean el libro “El poder de la estupidez”.
En ese caldo de cultivo crecen nuestros niños y nuestros jóvenes. En ese clima de falta de respeto a la dignidad de las personas se desarrolla nuestra infancia y nuestra juventud. No me extraña que cuando a un joven le dicen “hábleme de usted” entienda que le están pidiendo que cuenta sus fecharías. Ojalá sepamos educarlos para que sean espectadores críticos y no se traguen sin pestañear tanta porquería.
- Porque tú ya sabes que… Como ya te dije antes… Lo que tienes que comprender…
Llegado un momento, el juez, sorprendido y un tanto molesto por esa inhabitual familiaridad que él no había propiciado, le dice al joven:
- Por favor, hábleme de usted.
Su señoría y todos los presentes se quedaron atónitos al escuchar la displicente contestación del acusado:
- ¿Y qué te voy a contar yo de mi vida?
La anécdota me parece tan significativa como oportuna. Llega un momento en que, a fuerza de despreciar las muestras de respeto, acaban por desaparecer. El joven de esta verídica historia ni siquiera entiende la solicitud que le hace el juez. Muy al contrario, acostumbrado a pensar sólo en sí mismo, entiende que su señoría está interesado en conocer los pormenores de su acreditada carrera.
Creo que se están perdiendo muchas muestras de respeto (ya sé que no constituyen el respeto en sí, ya sé que a veces se sustentan en la hipocresía) pero que lo sostienen, lo valoran y lo desarrollan.
Voy a referirme a un elemento que influye en el desarrollo de la ordinariez, de la falta cuidado, de la forma irrespetuosa de dirigirse y de tratar a los otros. Me refiero a esos chabacanos programas de televisión en los que parece que pretenden hacer un catálogo de faltas de respeto. Mencionaré algunas:
La forma soez de expresarse. En los diálogos, en los debates, en las intervenciones se habla de manera desvergonzada, de manera chabacana.
La utilización de insultos para descalificar el comportamiento o las palabras de los demás. Quien emplea insultos de mayor bulto parece tener más razón. Da vergüenza ajena ser testigo de ese desparpajo en agredir, en descalificar, en insultar.
Los gritos como forma habitual de diálogo. Aquí se produce también una competición irracional: quien más grita es quien acaba llevándose el gato al agua, quien parece tener la verdad.
Los gestos procaces. No hace falta esperar mucho para ver un corte de mangas, una pedorreta, una expresión mímica grosera. No sólo lo que se dice sino las formas de expresarlo suelen ser poco elegantes.
Los atropellos del turno de intervención. Es habitual escuchar cómo dos, o tres, o cinco hablan a la vez, sin esperar el turno, sin que se les haya dado la palabra. A los moderadores o moderadoras les cuesta mantener el orden, imponer un turno de intervenciones, conceder el derecho a réplica…Los contertulios tienen encendidos sus móviles y reciben llamadas y mensajes que muestra como trofeos a los demás y a toda la audiencia. Mientras lo hacen, ¿pueden escuchar a quien está hablando?
La exhibición de comportamientos salaces como una forma de modernidad, de autenticidad, de espontaneidad y de saber hacer. Mientras más explícito y más procaz sea lo que se cuenta o hace, mejor.
El cotilleo sobre la vida de los otros bajo excusas de lo más pintoresco: estamos trabajando (también los asesinos o los terroristas están trabajando cuando matan), una vez vendieron su vida privada y por eso han renunciado a ella (es como si por haber vendido un sofá se deduce la obligación de vender la casa), es que ese tipo de noticias interesa a la gente (y si a la gente le interesasen las torturas, ¿habría que torturar?)…
La invasión de la vida privada: exhibición de fotos íntimas, relato de experiencias familiares, desvelamiento de infidelidades… Vale todo con tal de ganar audiencia, de mantener el circo, de alargar la espiral de la ordinariez. O con tal de ganar un poco o un mucho de dinero: criadas o criados que cuentan la vida íntima de sus empleadores, novios y novias que cuentan con detalle las relaciones íntimas, esposos que describen con pelos y señales las infidelidades…
El enfrentamiento entre familiares y amigos: padres e hijos, esposos y esposas, hermanos y hermanas, amigos y amigas… Valen traiciones, lucha por la herencia, conflictos de adolescentes…
Burlas sobre la identidad sexual, sobre la relación íntima con otras personas, sobre los comportamientos profesionales… Todo vale. Nadie pone un límite a las provocaciones y a los escándalos porque unas cadenas compiten con otras. Y hay que llevarse la audiencia.
Resulta tramposo y repugnante ese círculo maldito que justifica esa exhibición de ordinariez diciendo que es lo que desea la audiencia. Mentira. La audiencia también desea que los responsables repartan gratuitamente mil euros a cada espectador. ¿Se lo dan? ¿No les importa mucho la audiencia? ¿No pretenden tenerla contenta? Sí, pero con tal de que esa satisfacción llene sus bolsillos. Lo tremendo es que algunos de esos programas son premiados luego por su originalidad, por su capacidad de innovación, por su éxito en el número de espectadores. Es como si premiase a un gángster por la originalidad con la que ha despachado a su víctima.
Dicen algunos de estos señores y señoras que su deber no es educar. ¿Cómo que no? Su deber es poner un granito de arena para hacer una sociedad mejor, una sociedad en la que todos y todas podamos vivir dignamente. Y, desde luego, su deber, es no ofrecer un ejemplo constante de ordinariez, de zafiedad y de estupidez. Si disponen de un ratito y en sus cabezas queda un rinconcito para pensar en lo que están haciendo lean el libro “El poder de la estupidez”.
En ese caldo de cultivo crecen nuestros niños y nuestros jóvenes. En ese clima de falta de respeto a la dignidad de las personas se desarrolla nuestra infancia y nuestra juventud. No me extraña que cuando a un joven le dicen “hábleme de usted” entienda que le están pidiendo que cuenta sus fecharías. Ojalá sepamos educarlos para que sean espectadores críticos y no se traguen sin pestañear tanta porquería.
Totalmente de acuerdo con lo que escribe Miguel Ángel Santos. Parece que los valores democráticos se han mal interpretado, y libertad NO equivale a respeto y responsabilidad, sino a 'todo-vale', y más si deja mucho dinero o poder (que van de la mano). Flaco favor.
Pienso que la 'tribu' educa. Necesitamos 'Jefes-as de tribu' más responsables y comprometidos-as con el bien común de quienes, entre otras cosas, les pagamos el sueldo y las prebendas.
En Educación NO, pero ¡claro!, en ese asunto SÍ que hay consenso de todos los partidos políticos, solidamente asentado en el concepto de Democracia que tiene la indigna casta política que padecemos.
Entiendo, con la debida prevención al generalizar, que los partidos políticos son 'campos de concentración' de las ideas cuya principal (si no única) finalidad es alcanzar y mantenerse en el poder a cualquier precio. Y por ahí, precisamente, es por donde a mi escaso entender comienza el problema.
Es lo que opino, sin ánimo de herir a quienes sirven ideales nobles y dignos de mi admiración y el mayor respeto. «¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!» que aparece en el Cantar del Mio Cid.
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