
Al
comienzo de la novela se describe el bufete de abogados Finley & Figg,
cuyos integrantes serán los protagonistas de la novela. En apenas cinco páginas
descubrimos las patéticas características de este bufete situado en un barrio
degradado del sur de Chicago. Tiene solo dos socios y letrados, que se definen
como un “bufete-boutique” afirmando ser exquisitos, distinguidos y talentosos.
Para la realidad es muy diferente, se dedican a defender a algún conductor
borracho, tramitan divorcios sencillos y su especialidad consiste en tramitar
casos de lesiones lo más rápidamente posible, una rutina cotidiana que aportaba
escasos beneficios y que requería “poco
talento, nula creatividad y que nunca sería considerada exquisita ni
distinguida”.
Óscar Finley es el socio “senior”, ex policía expulsado del cuerpo por su violencia, casado con una mujer aterradora a la que no presenta una demanda de divorcio por no poder permitírselo económicamente. Wally Figg es el socio “junior”, alcohólico en rehabilitación, sin escrúpulos, capaz de llevar a cabo cualquier idea descabellada para conseguir casos, se dedica a recorrer salas de urgencias y tanatorios en busca de potenciales clientes. Y, finalmente, tenemos a Rochelle Gibson, la secretaria y el alma del bufete.
Óscar Finley es el socio “senior”, ex policía expulsado del cuerpo por su violencia, casado con una mujer aterradora a la que no presenta una demanda de divorcio por no poder permitírselo económicamente. Wally Figg es el socio “junior”, alcohólico en rehabilitación, sin escrúpulos, capaz de llevar a cabo cualquier idea descabellada para conseguir casos, se dedica a recorrer salas de urgencias y tanatorios en busca de potenciales clientes. Y, finalmente, tenemos a Rochelle Gibson, la secretaria y el alma del bufete.
Los
dos socios llevan veinte años ganándose mal la vida juntos, discuten como un
matrimonio y tienen un largo currículum de demandas y amonestaciones por
negligencias. Pero dos acontecimientos darán un giro a su patética situación.
Por una parte, el fallecimiento de un cliente al que habían redactado su
testamento y las últimas voluntades parece ser un caso rutinario, pero les
abrirá las puertas a una demanda contra la tercera empresa farmacéutica más
importante del mundo. Por otra, la llegada accidental al bufete de David Zinc,
un joven abogado que abandona el prestigioso bufete en el que trabaja al
sentirse saturado, absorbido por su trabajo y harto de no poder disfrutar de su
familia ni del dinero que ganaba.
David
llevaba cinco años trabajando en el bufete y era socio “senior”, pero se había
dedicado a trabajar en el departamento de finanzas internacionales, tratando
con clientes sin rostro y expedientes tediosos. No tenía experiencia en los
juzgados y empezará desde cero en el nuevo bufete, donde se sorprenderá al conocer
los excéntricos métodos de trabajo de sus socios que reconocen que “el
noventa por ciento de lo que hacemos apesta”.
Juntos
se enfrentarán al complejo caso que les puede hacer ricos, pero en el que
carecen de experiencia y conocimientos para enfrentarse a la poderosa
maquinaria de una empresa acostumbrada a lidiar con todo tipo de demandas y
cuyos dirigentes están convencidos de que en esta ocasión tienen la razón. Cada
uno de los protagonistas tendrá que hacer frente también a sus particulares problemas
familiares y personales que afectarán a su trabajo tanto de forma positiva como
negativa.
Los litigantes nos engancha nuevamente con una trama muy interesante que
denuncia la corrupción del sistema político y judicial y nos ofrece una
historia de ambición y codicia que se resuelve de forma acertada.