Antonio Pineda Navajas
La nuevas necesidades de calidad, económicas, de diseño y ecológicas están empujando a las empresas a plantear sus acciones y productos teniendo en cuenta estos factores, por lo que se está imponiendo una nueva reconversión ante estas necesidades, imperativos de las actuales demandas sociales, de consumo y económicas en un planeta con una más que numerosa –posiblemente excesiva- cantidad de información.
Para mantener esta competitividad –que supone unos costes añadidos a los productos fabricados- sería conveniente buscar manufacturas que tengan menos necesidades en su fabricación. Y un objeto que reúna estas características es precisamente el mueble de olivo.
Formado originariamente como un elemento de subsistencia en economías básicas o ‘de guerra’, su trayectoria lo hace estar rodeado de las características definidas al principio como son: calidad, bajo coste, diseño y respetuoso con el entorno.
Un ejemplo, para ilustrar estos productos que han sido creados para cubrir unas necesidades básicas en sociedades, o, mejor dicho, en estamentos sociales débiles y que no tenían acceso apenas a alguna fuente de riqueza, lo tenemos en las razas de caballo más prestigiosas del mundo, en el plano deportivo, que existen. Prestigio que va acompañado, además, de precios altos para los que quieran adquirir estos ejemplares. Se trata de los caballos alemanes, entre ellos los hannoverianos, bávaros, renanos, wurtemburgueses y los oldemburgueses. Estas razas de equinos germanos comenzaron a gestarse como respuesta a necesidades distintas a las actuales. Caballos con características que fueron adaptándose a los requerimientos del ejército alemán durante años y que formó parte de la estructura militar germana hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Tenían fortaleza para llevar al jinete y a su equipo y hacer largas marchas; y velocidad para cargar con los escuadrones de lanceros en los campos de batalla centroeuropeos.
Al ser derrotada Alemania en 1945, el país, destrozado, tuvo que comenzar a recuperarse a partir de unas necesidades básicas, entre ellas la más prioritaria, la agricultura. Los campesinos alemanes comenzaron a utilizar a los orgullosos caballos alemanes en sus campos en labores agrícolas, adaptándolos a las nuevas necesidades.
Estos caballos, que hacía poco fueron animales con unas características intermedias, es decir velocidad y potencia, fueron desarrollando un potencial muscular en los campos septentrionales, la zona agrícola por excelencia de Alemania; potencial que es fundamental en las disciplinas hípicas. Después de ayudar a recuperar la maltrecha economía germana, los agricultores locales, amantes de estos bellos animales, siguieron criando en sus granjas y dependencias agrícolas caballos con estas características que, posteriormente, emplearon, perfeccionando sus cualidades, en el deporte. Hoy día, el caballo es uno de los sectores que más ingresos proporciona a Alemania. Y todo ello porque han sabido adaptar unos recursos a unas necesidades nuevas, respetando las reglas de juego como son la confianza en el comprador debido a la calidad que ofrecen, el respeto a la naturaleza y la calidad del producto y con unos costes no muy altos. Lo mismo sucede en Holanda, Bélgica y otros países centroeuropeos. Han conseguido que un producto que no tenía demanda, como el caballo, sea una necesidad imperiosa en la competición ecuestre. Otro caso ilustrativo es el suizo. Los agricultores helvéticos, para tener unos ingresos extras, crían caballos, entre ellos ponis, que gozan de un gran prestigio entre los amantes de este deporte, y que venden con gran facilidad a un gran número de europeos –entre ellos españoles- que se desplazan a buscar estos ejemplares para el salto de obstáculos.
Pues bien, las mismas características concurren en un producto autóctono de Castro del Río, la silla de olivo, sustantivo que engloba a lo denominado actualmente como mueble de olivo.
El mueble de olivo –la famosa silla de olivo en el lenguaje castreño- tiene unos comienzos paralelos en cuanto a la evolución, pero más antiguos, que los caballos alemanes. En efecto, si la indómita madera de olivo, tanto por su dureza como por su aparentemente contradictoria debilidad (los nudos son puntos capaces de producir fracturas), ha sido desechada como producto capaz de ser trabajado de manera sistemática, fue sin embargo la salvación en época de debilidad económica, en la que los carpinteros no contaban con las maderas habituales en su oficio por escasez o por precios y no tuvieron más remedio que acudir a la madera que siempre había estado en su entorno, la del olivo. Así, comenzaron a fabricar aperos para los trabajos agrícolas –en paralelismo con los caballos alemanes- y continuaron con muebles sencillos y básicos como las sillas. Esto continuó durante tres siglos, hasta que, hará cinco decenios aproximadamente, los carpinteros se dieron cuenta de que la madera de olivo tenía una belleza excepcional, ocultada por el barniz negro con el que se cubrían las vetas de este milenario, religioso y humilde árbol. Fueron los artesanos los que tomaron el testigo y tallaron a golpe de constancia, de resignación y de esperanza una madera procedente de un árbol que había llegado hasta ellos a base de constancia, resignación y esperanza: el olivo.
Las tallas novedosas, pero emparentadas con lo clásico y lo barroco –principalmente éste último estilo- y el respeto al color natural –resaltado por un barniz incoloro- deslumbraron a todos los que veían estas novedosas y a la vez clásicas sillas, sillones y mecedoras. Y así, una pléyade de singulares artesanos castreños fue capaz de inundar a Castro del Río y a las poblaciones vecinas de estos prestigiosos muebles.
Historia larga y merecedora de ser contada en otra ocasión, terminó gracias al esfuerzo de los artesanos castreños en una variedad de muebles y diseños que han llamado la atención internacionalmente. Muebles que forman parte de una economía sostenible –requerimiento fundamental en cualquier actividad económica moderna y con futuro- , pues la madera de olivo procede de la corta, nunca de la tala, de ese árbol, que se realiza cuando finaliza la recolección de la aceituna, allá por enero o febrero. Además, en su elaboración no se emplean elementos contaminantes de la Naturaleza. La única sustancia utilizada es el aceite de linaza, aceite obtenido a partir de una planta, el lino, y que es biodegradable, es decir, no contamina.
Economía sostenible, respetuoso con la naturaleza, artesanía y singularidad hacen del mueble de olivo un producto que puede lanzarse al mercado nacional e internacional –avalado por la calidad y salubridad del aceite de oliva-, acompañados por la novedad del diseño, como un elemento capaz de captar una cuota importante en el sector del mueble siempre que cuente con la suficiente promoción e infraestructura y sea capaz de absorber la demanda suscitada. Para ello se requiere un esfuerzo de los productores de este mueble, tal como Artesanos de la Madera de Olivo de Castro del Río, asociación que lo está llevando a cabo. Su Segundo Concurso Internacional Diseño del Mueble en Madera de Olivo abre unas expectativas esperanzadoras en esta situación marcada por la palabra crisis –y, sobre todo, por la realidad de la crisis en la que ha desembocado este régimen neoliberal sin control ninguno que ha enriquecido a unos cuantos, ha llevado a la ruina a numerosas personas que han querido sacar demasiados beneficios y ha empobrecido a los de siempre- y que recogerá sus frutos muy pronto si siguen ofreciendo productos con estas características.
Innovación o adaptación a la realidad, respeto a la Naturaleza, costos sostenibles y diseño actual y futuro darán al mueble de olivo una importancia ahora desconocida gracias al esfuerzo de varias generaciones de artesanos de esta madera, con o sin ayuda de las instituciones.
Historia larga y merecedora de ser contada en otra ocasión, terminó gracias al esfuerzo de los artesanos castreños en una variedad de muebles y diseños que han llamado la atención internacionalmente. Muebles que forman parte de una economía sostenible –requerimiento fundamental en cualquier actividad económica moderna y con futuro- , pues la madera de olivo procede de la corta, nunca de la tala, de ese árbol, que se realiza cuando finaliza la recolección de la aceituna, allá por enero o febrero. Además, en su elaboración no se emplean elementos contaminantes de la Naturaleza. La única sustancia utilizada es el aceite de linaza, aceite obtenido a partir de una planta, el lino, y que es biodegradable, es decir, no contamina.
Economía sostenible, respetuoso con la naturaleza, artesanía y singularidad hacen del mueble de olivo un producto que puede lanzarse al mercado nacional e internacional –avalado por la calidad y salubridad del aceite de oliva-, acompañados por la novedad del diseño, como un elemento capaz de captar una cuota importante en el sector del mueble siempre que cuente con la suficiente promoción e infraestructura y sea capaz de absorber la demanda suscitada. Para ello se requiere un esfuerzo de los productores de este mueble, tal como Artesanos de la Madera de Olivo de Castro del Río, asociación que lo está llevando a cabo. Su Segundo Concurso Internacional Diseño del Mueble en Madera de Olivo abre unas expectativas esperanzadoras en esta situación marcada por la palabra crisis –y, sobre todo, por la realidad de la crisis en la que ha desembocado este régimen neoliberal sin control ninguno que ha enriquecido a unos cuantos, ha llevado a la ruina a numerosas personas que han querido sacar demasiados beneficios y ha empobrecido a los de siempre- y que recogerá sus frutos muy pronto si siguen ofreciendo productos con estas características.
Innovación o adaptación a la realidad, respeto a la Naturaleza, costos sostenibles y diseño actual y futuro darán al mueble de olivo una importancia ahora desconocida gracias al esfuerzo de varias generaciones de artesanos de esta madera, con o sin ayuda de las instituciones.
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