sábado, 9 de mayo de 2009

Sobre Darwin, los hombres y los artesanos.


Comenzamos a publicar los artículos que los diversos colaboradores han aportado a la Revista Nº0 de nuestra entidad y que fue presentada ayer en la Casa de la Juventud.
Comenzamos con una colaboración de Miguel Morales Merino, colaborador también de este blog.


Si bien es verdad que muchos animales han desarrollado la capacidad de utilizar instrumentos para diferentes fines, los únicos que hemos conseguido la capacidad de fabricar objetos medianamente sofisticados (desde una punta de flecha de sílex hasta el ordenador personal con el que escribo ahora) hemos sido nosotros, los hombres. Los Homo sapiens. No entraré en la tontería políticamente correcta de decir hombres y mujeres, porque nos referimos al hombre como al género homo (que viene del latín homo-hominis, como humano) en contraposición de lo que sería hombre como varón, (que sería vir, viri).
¿Pero por qué somos inteligentes? ¿Por qué hacemos relojes suizos, zapatos o coches horriblemente tuneados? (esto último vendría a ser una involución, a primera vista, pero no es así, es solo mal gusto) Intentaremos buscar una respuesta.

Todo empieza en un viaje. Los viajes son siempre aventuras, y aún más si se hacen en un barco de madera en 1831. Charles Robert Darwin emprende un viaje en el HMS Beagle , capitaneado por comandante Fitzroy, como naturalista sin sueldo (un becario de la época) que cambiaría para siempre el concepto de los mecanismos de la naturaleza. Su función a bordo era la de coger muestras y hacer observaciones geológicas. A lo largo de su viaje que duraría 5 años, el joven Charles apuntaba y pensaba. Por supuesto, esto es solo el embrión de lo que más tarde, concretamente 24 años después de su vuelta a Inglaterra, se convertiría en El Origen de las Especies. O El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Como ustedes prefieran. Y lo publico deprisa y corriendo porque Wallace había llegado a las mismas conclusiones que él (bastante más simplificadas) como le hizo llegar por carta al propio Darwin.
Hoy son sobradamente conocidos los conceptos de evolución y de selección natural, pero en mitad de la centuria decimonónica la idea era sumamente revolucionaria. El mundo no ha sido siempre igual. Las especies animales y vegetales vienen de la mejora por las condiciones ambientales sobre especies anteriores. Es un continuo boceto de la Naturaleza, es una constante sofisticación de lo anterior. La sofisticación no debemos siempre equipararla con la complicación; es más, el principio de la parsimonia o la llamada navaja de Ockam es muchas veces la mejor de las compañeras. Lo sencillo es lo más probable, pues en el Universo se tiende a gastar la mínima energía. Como iba diciendo, en el siglo XIX la teoría de la evolución de Darwin fue acogida con escepticismo por unos, con entusiasmo por otros, y sobre todo con chuflas –la mayoría- y enfados –otra parte importante-. Y es que el problema llegaba porque el hombre es un animal, dicho sea esto con todo su peso específico. Somos eucariotas (nuestras células tienen núcleo), heterótrofos (no fabricamos nuestro alimento y por lo tanto tenemos que nutrirnos) y somos obviamente pluricelulares, pues se estima que el cuerpo humano de un adulto contiene unos 50 trillones de células, sin contar las bacterias que viven en nuestro interior (que son muchísimas más). O sea, somos unos animales. Y como animales debemos venir de otros animales. De otros animales que eran menos eficaces. Eso, claro, choca de frente con la visión creacionista del mundo, que tienen en común las tres grandes religiones del Libro. O sea, que se cuenta en el Génesis no era cierto, según un taciturno y humilde naturalista inglés. Dios no nos creo a su imagen y semejanza, sino que venimos de un bicho más bajito, más peludo y más tontorrón. Venimos de un simio. A la gente le resultó chocante. Miles de caricaturas muestran a Charles Darwin como un mono. Con mirar la etiqueta del célebre Anís del Mono lo verán ustedes. Se le ridiculizó en todos los magazines de la época. Pero su idea, su asombrosa idea, sacada de la observación de la naturaleza sin complejos ni ataduras, nos llevó a lo que hoy conocemos como el mecanismo por el cual las especies han surgido en la naturaleza desde el lejano Precámbrico. La evolución como concepto fue aceptada por gran número de científicos mientras Darwin vivía. La selección natural fue asimilada por la Biología en los años 30, pues sorprendentemente los estudios realizados por Darwin, sin conocer nada de genética, fueron corroborados por los genetistas, dando lugar a lo que hoy llamamos Síntesis evolutiva moderna o Neodarwinismo, seguida por la gran mayoría de biólogos evolutivos y considerado por los científicos, la piedra angular de la evolución.
Y esto ¿a que nos lleva? Pues siguiendo la premisa de la lucha por la vida y la evolución aplicadas al hombre, y continuando lo que yo mismo ponía en la introducción, nos lleva al hombre como artesano. La naturaleza sigue muchas estrategias para la mejora de las especies. Da buenos dientes a los depredadores y buenas piernas para correr a los depredados. Garras fuertes a los felinos para asirse a las piezas de su caza, cuellos largos a las jirafas para tener obtener la ventaja de comer hojas donde otros no llegan. Darwin encontró en las Galápagos sus célebres pinzones. Cada isla era diferente y en cada isla había un pinzón con características distintas para su mejor adaptación. Pues fue en la sabana africana, donde unos monos para ver mejor un posible enemigo sobre las altas hierbas, se irguieron. Se pusieron a andar con dos patas. Estoy simplificando mucho, pero tampoco es cuestión de hacer una tesis. Con la postura erguida, las manos quedaban más libres para manipular, asir, crear, la famosa relación dialéctica mano-cerebro. La visión estereoscópica que tenemos también se debe a este cambio en los andares. La evolución dotaba a los homínidos de una estrategia innovadora y los cerebros empezaron a crecer a lo largo de sucesivas generaciones. La inteligencia es nuestra arma donde otros tienen garras, dientes, velocidad o fortaleza. Poco a poco fuimos siendo cada vez más listos. Unos mindundis de pequeño o mediano tamaño, poca fuerza física, fuimos adaptándonos al medio a base de ingenio e imaginación. Y llegamos a ser artesanos. Fabricábamos cosas con nuestras manos. Ya fuese un arma, una prenda de abrigo o un pequeño adorno. La mejora de las especies, de las sucesivas humanidades que en la Tierra han vivido, se ha basado en nuestro intelecto. Nuestra dispersión por el ancho mundo se debió a que podíamos abrigarnos, a que descubrimos el fuego. De hecho somos los animales, la especie animal, que más medios hemos conquistado desde el comienzo de la Historia de la Vida.
Desde los ardientes desiertos a las frías extensiones del Ártico, las junglas y las tundras. Construimos una casa donde vivir a base del trabajo manual. Ser artesanos, trabajar el cuero, el hueso, la roca, nos ha hecho ser como somos.
Muchas veces es difícil imaginar estos cambios y como se producen. Es un tema de discusión aún para los genetistas y los biólogos. Pero la clave de todos estos cambios es el tiempo. El tiempo es el aliado más poderoso que tiene la vida. Para los hombres el tiempo geológico es poco menos que infinito. La vida apareció en la Tierra hace 3.600 M.a. por poner un cifra (primeros registros fósiles de bacterias antiguas). Comparen ustedes con una vida humana.
Nosotros, aún siendo una especie joven, hemos llegado bastante lejos. Tenemos entre 400 y 250.000 años, y miren a su alrededor. Casi todo el planeta ha sufrido procesos antrópicos (para bien o para mal). Todo fruto de esta maña nuestra, de esta inteligencia que la evolución, la selección y la adaptación nos ha dado. Hoy la palabra artesanal ha quedado para las cosas hechas con las manos, quedando como reducto oficios antiguos, como los carpinteros, albardoneros, los tipógrafos o los antiguos maestros albañiles. Pero seguimos siendo artesanos en nuestra vida diaria. Hacemos la comida, escribimos o tocamos un instrumento musical con las manos. Seguimos siendo en definitiva, ARTESANOS, como nuestros ancestros, como el nombre de este entrañable Círculo.
Les he hablado entonces, de Darwin, de los hombres y de los artesanos. He cerrado pues el círculo que me propuse.

Miguel Morales Merino
Geólogo

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